En un mundo de cifras y resultados, parece raro afirmar que la música es arte. No suele entenderse así. Y que el arte debe ser íntegro y original, y debe responder a inquietudes interiores más que exteriores, más a emociones que a emoticonos. Y que las modas nunca aportarán nuevas vías de expresión artística.
En estos días confusos, se da la paradoja de que, por el camino de la tecnología, se ha perdido a la humanidad en las humanidades. Todo debe sonar perfecto. Tan perfecto que para nosotros carece de interés. Es aséptico, anodino, inofensivo.
Estas dos líneas de pensamiento son las que nos han llevado a plasmar en canciones nuestra propia idiosincrasia, nuestra identidad e individualidad artística y nuestras contradicciones, para defender la realidad de las cosas. Hoy en día, tener los pies en el suelo es arriesgar, saltar sin red. En un mundo de música hecha para agobiar los oídos, el matiz y la transparencia son rebeldía. En un mundo de modas pasajeras, nos enorgullecemos de defender el arte honesto y atemporal.